Una larga historia que cuenta (y explica) como he llegado a dónde estoy ahora. Un camino con baches, desvíos y decisiones vitales, pero siempre con el mismo trasfondo. Una aportación para motivar a escoger una carrera. Así podría resumir este post que surge desde la pregunta que le da título: ¿por qué estudié Trabajo Social?
Una pregunta sobre la que reflexionar
Desde que soy trabajador social freelance, voy a diferentes eventos (del Trabajo Social o no) y voy conociendo a otros colegas profesionales, suele surgir una pregunta: ¿pero tú como has llegado hasta aquí?
Mi trayectoria en este aspecto es la respuesta rápida y fácil. De hecho por el blog he dado diferentes retazos al respecto. Pero, en más de una ocasión, tras escuchar mi historia, me dicen: ya, pero ¿por qué estudiaste Trabajo Social?.
Esta cuestión ya me resultaba algo más compleja de responder. Sobre todo las primeras veces que me ocurría. Pero poco a poco, a base de pararme a pensar en ello y contar mi relato, al final tengo una idea clara. Que, además, da bastante sentido y pone en contexto mi manera de trabajar y de entender esta profesión.
Por otra parte, también he visto varias veces cuestionarse a la gente porque estudió esta carrera. Sobre todo ocurre cuándo se encuentra con grandes dificultades en el mundo laboral. Y también, pienso en próximas generaciones de estudiantes universitarios, que les contaría yo para motivarles a escoger Trabajo Social. Por todo esto, me he decidido a compartir mi respuesta. Y como soy más de contar que explicar, aquí va mi relato.
¿Dónde comenzó mi camino?
Mi camino comenzó mucho antes de lo que uno se pudiera imaginar, en la adolescencia. Yo, por aquella época de instituto sufría bullying (como conté en un post hace unos meses). Al vivir aquello, muchas veces me cuestionaba que ocurría para que me pasase eso. Podría decir que, de manera “inocente”, hacía mis primeros “análisis” sobre el comportamiento de la gente.
A esto, le añadía que me gustaba mucho estar informado de la actualidad. Todos los días, gracias al bar que tenía mi padre, me leía el periódico generalista (El Mundo) y deportivo (AS). Además, me veía las noticias siempre que podía. Eso me permitía estar al tanto de la realidad social más amplia. En definitiva, de lo que ahora llamaría “mirada macrosistémica”.
Durante todo esto, en todo momento tenía cierta vena rebelde y luchadora. Era habitual verme discutir sobre las injusticias sociales con los clientes del bar (que, mínimo, me doblaban en edad). También con compañeros de clase tenía largos debates sobre los fallos del sistema de Gobierno, las huelgas educativas o las desigualdades económicas.
Mi pasado «oscuro»
Con todo lo comentado removiéndose por mis adentros, llegó el momento en el que pasábamos test para ver “que carrera estudiar”. Yo, en mis adentros, tenía claro que quería hacer algo por “cambiar la sociedad”. Quería “mejorar la vida de las personas”. Y, sobre todo, que otra gente no tuviese esos sentimientos de injusticia y asilamiento que yo vivía.
Estos aspectos me llevaban siempre a una pregunta y respuesta: «¿quién puede cambiar las cosas? Quién tiene poder». Desde esto, unido a mis “análisis sociológicos” acabé llegando a una conclusión: tiene poder quién maneja dinero. Y claro, una nueva pregunta-respuesta: «¿quién maneja dinero? Los grandes empresarios».
Así que, con todo este mejunje en la cabeza, mi habilidad para las matemáticas y mi gusto por la economía (me leía revistas mensuales del tema, no digo más), los test acabaron sentenciando: la mejor carrera era Administración y Dirección de Empresas.
Así fue como, acabado el bachillerato, solicité estudiar ADE en la Carlos III… y me adimitieron. Comencé la carrera entusiasmado, con ganas de aprender. Fácilmente me visualizaba trabajando en alguna gran empresa, gestionando algún departamento. Porque sí, quería llegar alto, eso lo tenía claro. Y es que, al fin y al cabo, tenía en mi mente que si quería cambiar las cosas, tenía que tener poder.
De pronto, se abrió una ventana desconocida
Pasó el primer curso de ADE y ya empecé a remolque, repitiendo asignaturas. Es cierto que empecé a tener problemas con cierto grupo de compañeros (si, el acoso continuaba incluso en este contexto), cosa que no facilitaba. Pero también era verdad que, aunque aprendía más o menos fácil las ideas en general, entendía su aplicación práctica, me costaba plasmarlas en los exámenes. Todo esto, en conjunto, me hacía sentir que no disfrutaba del camino elegido.
En medio de esa realidad, en enero de 2005 me proponen (a través de mi hermano) acudir como voluntario a una actividad de ocio con personas con TEA (Trastorno del Espectro Autista). Yo, en ese momento, no lo dudé ni un segundo. Acepté rápidamente. Y allí que me planté, esa misma tarde. Sin tener experiencia ni conocimientos, pero sintiendo que algo podía hacer y que era un espacio en el que me encontraría cómodo.
A aquel día le siguió otro, y otro, y otro, y otro… Y así fue como me enganché a ser voluntario de la asociación. Iba cada sábado tarde a las actividades de ocio y a los fines de semana de respiro. Fui conociendo a otra gente, haciendo amistades de verdad, de las buenas… Descubrí todo un mundo dónde me sentía mucho más satisfecho como persona.
La decisión de dar un giro
El ser voluntario se mantuvo durante todo el 2005 mientras seguía en ADE. Pero tomé la decisión de hacer cursos relacionados con la intervención social, el ocio y tiempo libre, etc. Por eso, en 2006 me hice el curso de Monitor de Ocio y Tiempo Libre. Y otro de especialización en Ocio y Tiempo Libre con Discapacidad. Quería que, de alguna manera, en el futuro, mi desarrollo laboral estuviera relacionado con este mundo.
Las experiencias fueron muy gratificantes. Estaba en mi tercer año de carrera, con asignaturas de 2º curso aún, y suspendí varias en junio. Así me planté en septiembre con varias asignaturas que, si no aprobaba, tocaba repetir por tercera (y última) vez, ya que la Carlos III solo permitía 6 convocatorias (no tenías el no presentarte y que no te corriese).
Pues resultó que suspendí varias que confiaba aprobar. Varias asignaturas que entendía a la perfección su aplicación práctica. Pero nada, plasmar la teoría y hacer los cálculos exactos se me atragantaron. Por “suerte”, estaba en un momento personal bastante bueno gracias a todo lo vivido en ese otro “mundo paralelo”. Y sentí la seguridad de tomar una decisión: dejar la carrera, tirarme un año sabático de estudio (aprovechando que me ofrecieron trabajar en la asociación) y, al curso siguiente, empezar Trabajo Social.
Y entré en Trabajo Social
Un año después hice mi instancia para entrar en la carrera. Lo tenía claro, era mi primera opción. Solicité también Educación Social y Educación Especial, por si acaso. Pero sentía que mi único destino posible era acabar en el Campus de Somosaguas de la UCM estudiando Trabajo Social.
Era curioso, viniendo de dónde venía, de una intervención más directa y con discapacidad. De hecho, mucha gente me motivaba a escoger esas otras opciones. Pero, el hecho de haber conocido algo de la profesión, de haber estado en la universidad previamente, me llevó a sentirme más cercano.
En mi cabeza estaba que era la disciplina que realmente encajaba con todas ideas que, desde la adolescencia, ya rondaban por mi cabeza. Pero ahora estaban más definidas: “cambio social, trabajar con colectivos excluidos, luchar contra las injusticias y desigualdades, empoderar a las personas…”. Incluso hasta pensé que, salvando las diferencias, era la que más cercana a ADE, puesto que un trabajador social también se gestionan recursos. Y bueno, porque negarlo, que esa carrera era la mínima que me permitía poder ejercer el trabajo que yo deseaba, que corría por mis venas.
Finalmente me aceptaron y comenzó mi nuevo camino. Un camino al que, desde el principio, decidí sacar el mayor partido posible. Quería disfrutar al máximo del periodo de aprendizaje. No quería que se repitiese mi experiencia anterior. Y por eso charlaba con los profesores fuera de clase y me metí en la asociación MUEBTS (que organizabamos actividades). Porque tenía claro que quería aprender, también, fuera de las aulas, con otras metodologías y con experiencias más prácticas (como ya había experimentado y disfrutado).
Ahora, mirando todo este relato desde la distancia, puedo decir que cumplí el objetivo. Y también puedo decir algo, que es lo que resume la respuesta a ¿por qué estudie Trabajo Social?: lo hice porque me dejé guiar por mis sentimientos, que simplemente me indicaron el camino que quería seguir mi verdadera vocación.
P.D. Ya que has llegado hasta aquí, ¿cuál es tu respuesta? Anímate y compártela en un comentario. Así podremos conozcer más sobre las historias y motivos de más personas.
[Imagen destacada: Basada en Infografía Camino Curvado. Descargada de Freepik]