Compartir una vivencia personal que te hace aprender y reflexionar en lo profesional. Contar un hecho real para explicar mejor un ámbito de intervención. Estos han sido los motivos que me han movido a escribir este post. Un post que cuento una anécdota de mis vacaciones. Pero que tuvo mucho que ver con el Trabajo Social en emergencias.
Una tranquila tarde de piscina…
Este verano estuve de vacaciones por varios lugares. Uno de ellos fue mi pueblo paterno, en Ávila. Está ubicado a 24 km. de la capital, en la comarca de la Alta Moraña. Una zona característica por tener grandes extensiones de plantación de cereal. Y en la que los mugidos de vaca son la banda sonora de fondo.
Estando allí, una tarde, mi pareja y yo decidimos ir a la piscina de un pueblo cercano. El camino son unos 10 km., en el que un tramo es de carretera autonómica en buen estado y otra una comarcal de estas con poco arcén.
Después de unos cuantos remojos, un helado y ratos de relax tirados en la toalla, decidimos volvernos al pueblo. Al girar para coger la carretera comarcal, vemos una hilera de coches parados. Y al inicio de la hilera un par de chicos adolescentes pidiendo que parasemos.
Paramos y uno de los chicos se acercó. Nos contó que una amiga se había caído de la bici. Que se había dado un golpe fuerte y se había quedado casi en medio de la carretera. Al oír esto, no lo pensé dos veces y baje del coche. Así, de pronto, en una tranquila tarde de finales de agosto, me vi interviniendo en una emergencia.
¿Qué puedo hacer yo en una emergencia médica?
Obviamente yo no soy médico ni enfermero. Si acaso sé algo de primeros auxilios. De esa formación básica del curso de monitor de tiempo libre, que por no aplicarla, pues está bastante olvidada. Pero es que mi intervención no pretendía ir en esa línea. Sino que me salió hacer una intervención más en lo emocional. Y no solo con la persona herida, sino con las que estaban alrededor.
Al llegar dónde la chica vi que tenía un considerable chichón sobre la ceja izquierda. Bueno, dónde digo chichón podría decir un señor huevo casi del tamaño de una pelota de tenis. Además, algo de sangre que le había caído por el párpado y la mejilla. No paraba de quejarse y de moverse. Con ella, había varios adultos, varios de ellos padres y madres de los amigos. Estaban intentando tranquilizarla… hablando a gritos.
Percibiendo esto, no lo dudé y me agaché. Comencé a hablar a la chica en un tono suave y tranquilo. Le pregunté cómo se llamaba, de dónde era. No me respondía. Solo seguía quejándose, lanzando algún alarido de vez en cuando. Pero poco me importaba. Para mí la clave era que se tranquilizase lo máximo posible y estuviese más quieta. Porque, aunque no parecía grave, se acababa de dar un golpe en la cabeza sin casco.
A pesar de esto, el nerviosismo en el ambiente llenaba los inmensos campos de cereales que había alrededor. Sobre todo por lo que estaban diciendo el resto de gente que intentaba ayudar. Decían cosas como “enseguida vienen tus padres” o “tranquila, que la ambulancia está viniendo”. Pero, lo decían a grito pelado.
Así era difícil conseguir lo que pretendía. Por eso, en cierto momento, dije al resto: “por favor, hablemos con más tacto, más bajo y menos gente a la vez. Hablar a gritos no ayuda”. A esto se unió algo que supe después. Mi pareja comentó a quiénes estaban de pie: “dejadle a él que es trabajador social y sabe intervenir en estas situaciones”. Y parece que resultó. Porque de pronto nos quedamos solo 3 personas junto a la chica y el resto comenzó a hablar más bajo.
La madre y el padre llegan… y todo se va al garete
Una vez había conseguido calmar el ambiente, presté atención a una amiga que estaba sentada cerca. Me llamó la atención que parecía no inmutarse de lo que pasaba. Era como si nada fuese con ella. Le pregunté si sabía que había pasado y me contó. Me dijo que su amiga había chocado con la rueda trasera de su bici por un despiste suyo. Y entonces entendí como se podía sentir y porque estaba como estaba.
Acabé de hablar con ella y justo apareció la madre. Llegó medio llorando y gritando: “¡Ay mi hija! ¡Ay mi hija!”. Pero, en cuanto ve a su hija dice: “¡si es que para que os vais a lo del partido! ¡Si ya dije que no teníais que ir!”. En ese momento, la hija soltó un gran alarido que se debió escuchar en mi pueblo. Y, además, comenzó una respiración entrecortada.
Al ver esto, me salió el impulso de frenar el “golpe”. Me acerqué a la madre y la dije: “parece que tu hija está bien, eso es lo importante”. A parte, me presenté y añadí: “solo quiero ayudar”. Y, en ese instante su interruptor de llorar se encendió, descargando una tensión muy cercana a la histeria.
Parecía que el “golpe” se había frenado. El tiempo pasaba como en un reloj de arena. Mientras, seguíamos esperando a la ambulancia. A mí me salió levantarme para ver si venía. Cuándo alguien dice a voz en grito: “tranquila, que ya está aquí tu padre”. La chica, al escuchar esto, lanza otro alarido que esta vez creo llegó hasta Ávila.
Al llegar el padre, casi se tira en marcha del coche. Con una cara de comerse a alguien. De hecho, yo me fui a acercar para tranquilizarlo antes de que viese a su hija. Pero me tuve apartar a la par que él soltaba un: «¡Que me dejes, que es mi hija!», en algo asimilable al gruñido de un oso.
De nuevo, la hija volvió a esa respiración entrecortada. A esos alaridos que iban más allá del dolor físico. Sobre todo cuando el padre gritó: “¡Malditas bicis y maldito partido! ¡Si es que para que vais!»
Y la ambulancia llegó
Viendo la situación, decidí separarme un poco. Me pareció más oportuno que estuviesen caras conocidas del padre y la madre. U otro hombre más mayor que yo, que resultó ser de mi pueblo. Yo solo me acerqué en un par ocasiones al padre. Y le dije, en un tono lo más suave que era capaz: “lo importante es que parece que tu hija está bien”.
En estas que vimos llegaba la ambulancia. Yo me acerqué a la amiga, que seguía sentada sin inmutarse. Le dije que cuando llegase fuera a contarle cómo había sido la caída. Al fin y al cabo está información ayuda mucho al equipo médico en su intervención. Y, añadí: “yo te acompaño”.
Así nos vimos, informando a la médico de lo ocurrido. El equipo empezó a intervenir y los padres pasaron a la fase de drama. Por mi parte, aprovechando un momento de la médico a solas en la ambulancia, me presenté como profesional del Trabajo Social. Además, le informé de lo que yo había visto: que parecía que la chica tenía un pequeño ataque de ansiedad. Y dije por bajo: “sobre todo ha empezado cuándo han llegado sus padres».
Ahí se quedó mi intervención. Porqué también llegó la Guardia Civil y empezó a regular el tráfico. Mi pareja y yo nos montamos de nuevo en el coche y nos volvimos al pueblo.
¿Por qué he contado todo esto?
Si habéis llegado hasta aquí quizá os habéis hecho esta pregunta. Puede parecer raro que os cuente esto. Sobre todo porque por aquí suelo hablar de Trabajo Social. Pero es que esta anécdota tiene más que ver con la profesión de lo que parece. Concretamente con el Trabajo Social en emergencias.
La primera razón para compartir esto, parte de algo que descubrí el pasado marzo. Preparé una sesión de cuentos sobre intervención social en emergencias. Para un evento en el que participaba el Colegio de Trabajo Social de Madrid. En el proceso me di cuenta que todo lo escrito sobre Trabajo Social en emergencias era demasiado explicativo y teórico. No encontré nada que fuera algo más relatado. Y por eso me costó darle forma a la propuesta.
Otro motivo es contar qué podemos hacer desde Trabajo Social en una intervención en emergencias. Qué hay detrás de esa labor, que cosas se nos remueven. De hecho, volviendo a casa pensaba que no había hecho suficiente, que podía haber actuado mejor. Y hubo un momento que rompí a llorar de la tensión que tenía acumulada. Pero me aliviaron unas palabras de mi pareja: “has hecho mucho más de lo que parecía. Desde fuera se ha percibido perfectamente”.
Desde esto último, parte la última razón y conclusión. Pienso que el Trabajo Social en emergencias es algo que a veces se desconoce. Tanto hacía afuera como hacía adentro. Es cierto que no soy un experto en ello, pero es la sensación que tengo. A la par, puedo decir que esta vivencia me ha hecho aprender y reflexionar sobre este ámbito. Y he querido compartirla, como un relato, para que cada cual pueda hacer lo mismo, desde sus experiencias y conocimientos.
P.D. Edición tras publicar: pensando en lo que cuento, me ha surgido algo a comentar. El tipo de intervención que comento no es única del Trabajo Social, sino también de la Psicología. Tan solo que, normalmente, está segunda disciplina si suele estar más reconocida y contemplada en situaciones de emergencias o catástrofes. Pero el Trabajo Social también puede realizar esa labor. Y, además, según el caso podrá tener funciones propias. Para saber a que me refiero, remito al primer post que he enlazado en la entrada.
[Imagen destacada: miembros del equipo de Trabajo Social que participó en el accidente de Germanwings (marzo 2015). Fuente: Facebook TSCAT Treball Social Catalunya]