«Los cuentos maravillosos provienen de la noche de los tiempos. Pasan de una generación a otra y se mantienen tan sugerentes y nuevos como en sus orígenes». Esto se dice en la reseña editorial del libro «Una casa de palabras», de Gustavo Martín Garzo. Estas son palabras que corroboro para defender que hay que dejar en paz a los cuentos clásicos. Sobre todo cuando me encuentro en conflictos y debates provocados por un análisis de estos, casi en exclusiva, desde una mirada social y educativa.
¿Qué me pasa con los cuentos clásicos y populares?
Como narrador, los cuentos clásicos o populares siempre han estado presentes en mi camino. Quizá no siempre como parte del repertorio (aunque poco a poco los voy incluyendo). Pero sí que he tenido muy presente el investigar, estudiar y aprender sobre ellos. Porque, al fin y al cabo, son una de las bases de la Tradición Oral y, por lo tanto, de la Narración Oral.
Desde este punto de partida, no puedo negar que el hecho de ser trabajador social ha condicionado esta tarea. Sobre todo, cuando empecé a decidir contarlos. Porque, obviamente, la presencia de ciertos elementos «criticables» desde la mirada social, me hacían cuestionar su «validez» y si quería apoyar su perdurabilidad.
A esta situación le podemos añadir las voces externas. Pasa que, más de una vez, alguna persona me ha lanzado la pregunta: «¿y tú, siendo trabajador social te gusta y cuentas tal o cual cuento?», refiriéndose a uno de los clásicos. Y, además, defiendo la utilidad de estos para la intervención social, justamente porque, al tener elementos “criticables”, pueden facilitar debatir sobre ciertos temas.
Sobre las voces críticas externas
Esta situación que me encuentro yo, al resto de colegas narradores y narradoras también les surge en ciertos momentos y contextos. Aunque no tiene porque ser por los mismos motivos. Quién más y quien menos nos hemos encontrado alguna vez con un «Pepito Grillo» que ha buscado mostrarnos lo malo que era tal o cuál cuento.
Cuando estas personas dicen que es malo, no es porque sea una historia aburrida, poco interesante y “sin chicha ni limoná». Más bien lo dicen por la cantidad de estereotipos que tiene, lo «antieducativo» que es o cuanto puede «traumatizar» a los niños (porque es en quién se suelen enfocar estas personas… olvidando que los cuentos también son para los adultos).
Ante esto, normalmente debato, muestro que me ha llevado a contar ese cuento, resalto todo lo positivo que tiene, la potencia de ciertos mensajes a veces no vistos... Pero, igualmente, siempre salen comentarios como: «los cuentos se han de actualizar», «hay cambiarlos para que no se siga dando el mensaje del estereotipo» o, incluso «ese cuento habría que dejarlo de contar».
Añadir que todos estos cuestionamientos continuos ha llevado a ciertos caminos que, en ocasiones, me resultan excesivos. Por ejemplo, cuando se publican versiones dónde cambian por completo a los personajes, para que no muestren valores que consideran negativos. O «historias» (muchas veces, más bien son listados) en los que nos cuentan solamente las bondades de los valores positivos.
7 claves para resolver el conflicto
Ante esta tesitura tensa e infinita, en la que comprendo lo que se plantea (y soy el primero que me lo cuestiono por mi mirada social como decía antes), me pregunto como «resolver el conflicto». Y a mí me surgen ciertos aspectos a tener en cuenta para ello:
- Investigar y aprender a fondo sobre los cuentos clásicos: esta parte parece de perogrullo, pero considero que la gente suele hacer análisis rápidos y sencillos sobre ellos. Sin siquiera haberse parado a profundizar en todo lo que «ocultan». Eso sí no prestar atención a solo una visión, sino a varias para generar la propia. Recomiendo investigadores como Gustavo Martín Garzo (especialmente su libro ya citado), Antonio Rodríguez Almodovar, Jose Manuel Pedrosa o Marina San Filippo.
- Respetar la Tradición Oral: el hecho que los cuentos clásicos sean anónimos, que no tengan una autoría como tal (los Hermanos Grimm o Perrault son «recopiladores») no quiere decir que podamos pulverizarlos a nuestro antojo. Hay que plantear, de base, el mismo respeto que a los cuentos de los grandes escritores (como Borges o García Márquez, por ejemplo). Y, además, piensa que, si han perdurado y mantenido de boca a oreja durante siglos, es que hay algo en ellos que funciona y que siempre será válido.
- Los cuentos clásicos y populares no solo son los grandes conocidos: existen muchos más cuentos de tradición oral, que quizá has oído alguna vez incluso, y no sabes que son de este tipo. Incluso están publicados, como los «Cuentos de la media lunita» (de A.R. Almodovar), que puedes encontrar en muchas bibliotecas escolares.
- Los cuentos enseñan, pero no son el único recurso educativo: por supuesto que los cuentos contienen aprendizajes, dejan poso, sirven de espejo, etc. (y no solo en la infancia). Pero nuestra educación no se recibe solo a través de estos, sino que hay muchos otros contextos y elementos que inciden. Además, podemos llegar a considerar que el cuento, en ciertos momentos, no tiene porqué buscar el fin de «educar en valores». Incluso, hasta si le restamos tanta carga en este aspecto, pueden llegar a conseguir más cosas.
- Se puede actualizar la historia sin cambiar su mensaje: si el mensaje te gusta, pero crees que hay puntos que interesa actualizar para traerlos a una realidad más cercana, dale a la creatividad. Un ejemplo de esto es el álbum ilustrado «La niña de rojo», de Frisch & Innocenti (Kalandraka), dónde podemos ver la historia de una Caperucita Roja en la ciudad.
- Si cambias características esenciales de los personajes, ya no cuentas la misma historia: si no te gusta «La Cenicienta» por el aspecto del género, perfecto, escribe una versión diferente. Pero al crear «El Ceniciento» o haciendo que la protagonista se rebele, no estarás contando la misma historia. De hecho, simplemente planteate la pregunta: «¿qué me ha movido a crear esta historia?». Porque, desde su respuesta, tendrás, realmente lo «qué quieres contar».
- Crea tu propia historia que cuente lo mismo: hay que tenerlo en cuenta si te gusta el mensaje y quieres contar algo sobre ello, pero no quieres mantener ciertos aspectos que consideras negativos. Por ejemplo, si yo quiero hablar de «los sueños incumplidos, nuestra vida dormida» (simbolismo de «La Bella durmiente»), pero no quiero que sea una mujer (por lo del género). Con esto, creo un nuevo cuento, pero no hago lo que en el punto anterior.
2 ideas para seguir reflexionando
Para acabar, me resulta oportuno dejar un par de ideas. Pero lo haré citando al propio Gustavo Martín Garzo, con un par de textos sacados del libro que ya mencioné. Primero, en relación a la necesidad de los cuentos (en general), pero, sobre todo, de los maravillosos (la mayoría de clásicos cumplen esta característica):
Y, en segundo y último lugar, sobre la idea de los finales felices y de cuentos donde todo sea demasiado bueno:
P.D. Recomendaciones para investigar y aprender sobre Tradición Oral y cuentos clásicos:
- Gustavo Martín Garzo > Artículos en El País.
- Antonio Rodriguez Almodovar > Catologo obra en Cervantes Virtual / Entrevista AEDA
- José Manuel Pedrosa > Repositorio bibliográfico Dialnet / Repositorio artículos UAH / Entrevista AEDA
- Marina Sanfilippo > Repositorio bibliográfico Dialnet
- Jornadas «Tomo la palabra. Mujeres, voz y narración oral» > Vídeos ponencias
- Asociación AEDA > Boletines mensuales