Soy trabajador social. También soy cuentero (o narrador oral, o cuentacuentos). La primera profesión, la considero mi pasión, mi amante, la que me motiva a levantarme día tras día. La segunda, mi acompañante (y, en ocasiones, llega a ser protagonista). Esta consideración ha hecho que, cada vez más, me interese la unión de ambas disciplinas profesionales, reflexionar sobre si Trabajo Social y cuentos tienen puntos donde pueden confluir.
¿Por qué esta relación?
Tras un tiempo de asueto por vacaciones (y descanso bloguero decidido), vuelvo a la carga. En este tiempo vengo con ganas de seguir reflexionando y tratando en el blog temas de Trabajo Social, más directamente, sobre todo en su relación con mi lado artístico. En especial, esta relación de Trabajo Social y cuentos que de un tiempo a esta parte vengo dándole vueltas. Y de eso mismo es de lo que pretendo hablar hoy (y en otro post más, que me puse a escribir y dio para largo).
Primero de todo, poner una idea clara sobre los cuentos. Bien es cierto que los cuentos tienen un aprendizaje, un mensaje (no me refiero solo a los que tienen moraleja). Cualquier cuento lleva implícito esto porque, cómo bien escuché decir a Gustavo Martín Garzo (en su conferencia de las IV Jornadas del Día de la Narración Oral, organizadas por Asociación MANO): “en los cuentos siempre hay un viaje que cambia a los personajes por la sabiduría aprendida en la aventura”.
Ahora bien, también es cierto que contar cuentos es un arte, un oficio, que lleva siglos, llevándose a cabo sin el más pretexto que contar (y no educar). Un espacio donde el cuento, la historia que se cuenta, es lo importante, por encima del mensaje y del propio narrador. Y desde esta premisa parto cuando me dedico profesionalmente a ello (cuando hablo de sesiones de cuentos).
¿Herramienta de intervención social?
Teniendo en cuenta esto, no niego que se pueda puede utilizar el cuento como una herramienta para intervención social (centrándome en la que hacemos en Trabajo Social y no tanto la parte educativa). En este caso, lo importante no es el cuento en sí mismo, sino lo que queremos transmitir o trabajar con él. Considero que esto se puede llevar a cabo, siempre y cuando tanto “narrador” como receptor tengan claro que estamos haciendo este uso.
Desde esta idea de herramienta, una posible utilización del cuento sería para dar a conocer nuestra profesión, nuestras reflexiones, nuestras inquietudes. Existen multitud de historias que pueden resumir y explicar perfectamente estos aspectos. Yo mismo tengo varias historias, que forman parte de mi repertorio, que me han tocado la fibra trabajadora social. Considero esta una posible utilidad por el potencial de llegar más y mejor a quién escucha o lee, porque está en la naturaleza humana el interés por las historias fantásticas, mágicas, ficticias…
Respecto a esta posible utilización, yo mismo lo he experimentado. Concretamente en el pasado Congreso de Trabajo Social, donde conté algunas historias enmarcadas y enlazadas desde mi experiencia y reflexiones. Resultó muy interesante el feedback de varia gente, que comentó que, aparte de gustarle las historias contadas, se había quedado con una cierta idea de estos aspectos. Que podía intuir mi punto de vista de la profesión. Y también conozco otros buenos ejemplos de compañeros de BlogoTSfera, como el «Cuento de Navidad versión Servicios Sociales» (de Nacho Santás), o las versiones de «Hansel y Gretel» y «La Bella Durmiente» (de Eladio Ruano).
El cuento en la terapia
Por otra parte, otra vía es la utilización como herramienta terapéutica. Este aspecto ya hay profesionales que lo están aplicando (sobre todo de la psicología). Incluso yo mismo lo he experimentado (como asistente a un grupo). Puedo asegurar que es útil, porque la identificación con personajes del cuento (y la asimilación de su aprendizaje) es algo que nos viene de niños. Desde ahí podemos aprender a afrontar nuestros miedos, inseguridades, problemas… Y esto sí que tiene en cuenta el valor de aprendizaje que comentaba al principio. Porque (como escuché decir también a Martín Garzo) «el cuento crea un refugio al niño, le crea un saber sobre el mundo y la vida. Le dan recursos para defenderse en el mundo. Por eso son valiosos».
A esta utilización, me surge un pero que quiero comentar. Esta la hizo bastante famosa Jorge Bucay, a través de varios de sus libros. Esto llevo a mucha gente empezar a utilizarlos sin tener en cuenta ciertos riesgos. Porque, al fin y al cabo, cuando trabajamos con heridas (emocionales en este caso) hay que saber cerrarlas si nos proponemos abrirlas (¿o es que acaso todos nos ponemos a operar sin ser cirujanos?). Y, por otra parte, que lo que muy poca gente sabe es que muchos cuentos que la gente asocia autoría a Bucay, son cuentos tradicionales versionados o adaptados por él (así que, al fin y al cabo, él no es que haya inventado nada nuevo, simplemente resalta el valor terapéutico del cuento).
Concluyendo…
En resumen, que los cuentos son sabiduría popular sobre la vida y el mundo que nos rodea. Que si han perdurado durante siglos y siglos es porque hay algo que nos engancha a ellos de una manera especial. Por ello, pueden ser útiles para hablar de esos aspectos de una manera más eficaz y eficiente. Eso sí, siempre teniendo en cuenta un máximo respeto a la historia y a quién la lee/escucha.
Israel, si todavía no lo has leído, te sugiero la lectura del libro ‘Morfología del cuento’ de Vladimir Propp. Es un estudio científico sobre los cuentos tradicionales europeos.
En él, se puede comprobar como dichos cuentos tienen una estructura muy similar y con algunas variantes, dicha estructura se podría adaptar a cuentos actuales.